
¿Conoces El libro de la selva? Si leíste el libro de Rudyard Kipling o viste la película, seguramente recordarás que los episodios giran alrededor del pequeño Mowgli, quien aprende a desenvolverse en medio de animales silvestres.
Siendo un bebé, sus padres lo extravían mientras escapan del tigre de bengala. Si sale adelante es gracias a que una manada de lobos lo adopta. Por supuesto, el niño no conoce ni de lejos el lenguaje de los animales, sin embargo, poco a poco consigue hacerse entender y no sólo eso, también convivir con sus protectores.
Cuando Kipling, premio Nobel de Literatura en 1907, escribió el libro en 1894, el concepto ‘comprensión somática’ no existía. No obstante, el narrador británico escribió un libro de historias fundamental para conocer los mecanismos de aprendizaje en el ser humano.
Antes de hablar, Mowgli aprendió a comunicarse con señas y comportamientos asumidos a partir de la necesidad y la imitación. A pesar de que lo último que desarrolla es el lenguaje hablado, logra sobrevivir y sobresalir en su entorno.

En su libro Mentes educadas, Kieran Egan apunta que la comprensión somática es la primera que desarrollamos y se canaliza por medio del cuerpo. Es empírica, instintiva, nos abre la puerta de entrada al mundo que nos rodea, y no sólo eso, pues una vez que la desarrollamos jamás nos abandona. Si leemos El origen de las especies veremos que la teoría de la evolución, aquella que sostiene que los más aptos son los que sobreviven, se sostiene en mecanismos parecidos.
Ni Darwin desde la ciencia o Kipling desde la literatura simpatizan con la idea de que no hay aprendizaje sin un lenguaje hablado. Al contrario, ponderan que incluso en nuestra faceta más básica y menos “ilustrada” encontramos la forma de adquirir conocimiento.
¿Alguna vez te ha sorprendido una actitud de un bebé? ¿Alguna vez has pensado ‘qué inteligente es esta niña o niño’ cuando todavía no llega ni a los tres años? Pues bien, ésta es también una manifestación de la comprensión somática.
Egan nos dice que este tipo de comprensión “no se trata de una percepción ‘animal’; se trata de una ‘perspectiva’ inconfundiblemente humana del mundo”. Si lo pensamos detenidamente, pensar lo contrario equivale a menospreciar a los niños y encasillarlos en un nivel de sujetos primitivos.
Gracias a la comprensión somática hacemos frente y solucionamos nuestros primeros escollos en solitario. Más adelante, con ayuda del lenguaje hablado socializamos, y una vez inmersos dentro de la colectividad nos es más sencillo afrontar los obstáculos y construir una sensación de protección que oprime nuestras capacidades individuales.
La racionalidad humana es apabullante y tiende a ser dogmática. Filósofos, científicos y maestros, en particular maestros, descalifican a quien no encaja en la convencionalidad. Imagínense lo que estos grupos habrían dicho de alguien como Mowgli.
Desgraciadamente solemos pensar que el lenguaje hablado o escrito necesariamente desplaza a lo somático. En las aulas se privilegia a los abanderados de este racionalismo y se relega a quienes no encajan en el esquema.
“La comprensión somática proporciona (…) algo que está más allá del lenguaje, algo esencial para toda comprensión posterior”, nos recuerda Egan. Vamos, si en lugar minimizarla o dejarla de lado, la implementáramos de lleno a la pedagogía obtendríamos mejores resultados.
Quizá si nuestros sistemas educativos entendieran que no se trata de descalificar sino de incorporar herramientas que nos lleven a ser más asertivos a la hora de resolver los problemas, podríamos dar un paso hacia adelante en búsqueda de un conocimiento más genuino y humano, que al final es lo que todos deberíamos estar buscando, ¿no?
*Kieran Egan. Mentes educadas. Ediciones Universidad Finis Terrae. Trad. Marilú Matte y Soledad Acuña. 420 pp.
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