
Por Héctor González.
Umberto Eco, con esa personalidad abrumadora y siempre abierta a la polémica o al debate, solía decir que el libro impreso es un artículo tecnológicamente perfecto. Los argumentos del italiano se fundamentan en que no necesita de luz eléctrica, se puede llevar a todos lados sin complicación alguna y es resistente, sólo el agua o el fuego pueden acabar con él.
Para entender la dimensión del dicho de Eco habría que ir un poco más atrás. Una vez que el ser humano encontró la forma de imprimir sus ideas en piedras, papeles, telas y demás superficies, la civilización se reinventó. Walter Benjamin resumió todo esto en un enunciado irreprochable: “El hablar conquista el pensamiento; escribir lo domina”. En la cadena de la evolución de la palabra impresa, el libro en papel sigue siendo su punto más alto, sí, perdón pero las tablets o teléfonos celulares todavía no le hacen sombra.
Alguien que entendió y aplicó esto a la perfección fue el francés George Steiner, quien murió el pasado 3 de febrero a los noventa años. Uno a uno, los títulos del filósofo son eslabones de una sólida cadena de conocimiento y divulgación. Si quieres conocer algo de su biografía, sentimos decepcionarte, no estás en la página adecuada. Mejor te invitamos a recordarlo con uno de sus títulos más lúcidos y tal vez más breves, El silencio de los libros (Siruela).
El ensayo sobra decirlo, está escrito por un apasionado de la lectura y el conocimiento. Aún así no es condescendiente. Las primeras líneas nos dicen: “Tenemos tendencia a olvidar que los libros, eminentemente vulnerables, pueden ser borrados o destruidos”. Steiner se dedica a mencionar sus debilidades no para cuestionarlos, sino para demostrarnos que a pese a todo siguen vivitos y coleando.
Para defender al libro como objeto y herramienta de aprendizaje, Steiner, Benjamin u otros investigadores como Roger Chartier se pintan solos. Por eso no repetiremos sus argumentos y en cambio preferimos llevarlos al terreno de la educación imaginativa.
En Occidente dos de los grandes personajes de la historia son Jesús de Nazareth y Sócrates. Ambos son conocidos por dedicar su vida a la enseñanza y a la transmisión de su sabiduría. No obstante, ninguno de los dos se dedicó a escribir. Publicar sus enseñanzas no les quitaba el sueño. Se limitaron al lenguaje oral para llevar a niveles superlativos la comprensión mítica. El uso de metáforas y parábolas fueron recursos que hicieron de su retórica un dechado de saber. Fueron sus discípulos quienes encontraron valioso y necesario escribir su legado en libros.
Volvamos a Benjamin: “El hablar conquista el pensamiento; escribir lo domina”. Steiner va todavía más allá y nos dice: “Todo texto escrito es contractual. Liga al autor y su lector a la promesa de un sentido. En esencia, la escritura es normativa. Es prescriptiva, término cuya riqueza connotativa y semántica requiere una atención especial. ‘Prescribir’ significa ordenar, es decir, anticiparse a una esfera de conducta o de interpretación del consenso intelectual o social y circunscribirla”. Las ideas de ambos autores sobrevuelan y con escalas, al menos otras dos fases fundamentales de la imaginación: la teórica y la irónica, en tanto que esquematizan, sistematizan y contrastan el conocimiento para expandir su impacto.
Vista así, la letra impresa no es menos que una herramienta básica para comprender el mundo en que vivimos, mientras que la lectura es en sí misma una actividad crucial para asomarnos a la realidad. ¿Acaso se te ocurre una mejor manera de defender al libro, que darle su lugar como parte fundamental de cualquier kit de primeros auxilios y que asumir que sin él, perdemos todos?
Bilbliografía:
STEINER, George. El silencio de los libros. Madrid, España: Siruela, 2011
@gladric, gracias por el comentario. El libro de referencia es: STEINER, George. El silencio de los libros. Madrid, España: Siruela, 2011.
Gracias
Mui bueno, el ensayo. ¿Sería posible compartir las referencias bibliográficas?