
Cuenta la leyenda que, a mediados del siglo XIX, Johann Sebastian Bach compuso sus famosas Variaciones Goldberg por encargo y con la finalidad de que el conde Hermann Carl von Keyserlingk, de Dresde en Alemania, pudiera conciliar el sueño. Las diferencias entre cada parte de la obra son sutiles, nada radical. Entre los historiadores, la anécdota es objeto de debate en cuanto a su fidelidad en términos de detalles. Sin embargo, lo que nadie ha puesto en duda es la efectividad de las piezas.
Gracias a su talento, sensibilidad y conocimiento, Bach articuló las notas musicales de tal forma que durante su interpretación surtieron el efecto buscado. Más de cien años después, el episodio todavía es ejemplar a la hora de explicar por qué “la música amansa a las fieras”.
¿En qué consistió el éxito en la encomienda de Bach? Por supuesto detrás de las Variaciones Goldberg hay matemática y un profundo dominio de la técnica musical. No obstante, nada de esto habría sido posible si la imaginación y la creatividad del artista alemán no se hubieran puesto al servicio de su trabajo.
En su libro “La Imaginación en la enseñanza y el aprendizaje”, Kieran Egan, nos recuerda que el sistema de almacenaje informativo del ser humano es el cerebro y la memoria, es el mecanismo por medio del cual recuperamos esta información. Aquí aplica la analogía de una computadora: en el aparato guardamos datos, textos e imágenes; en tanto que las carpetas en donde distribuimos estos materiales son los sitios a los que acudimos por ellos según los necesitamos. El ejemplo funciona, además, de manera inmejorable para invitarnos a no perder de vista que la tecnología debe estar a nuestro servicio y no al revés. Por muy buena que sea nuestra computadora si buscamos las tareas en la carpeta donde guardamos la música de poco nos servirá, a menos claro, que seamos estudiantes o maestros de composición.
Volvamos a Bach, a quien se le considera un referente de la música barroca. Resumir las Variaciones Goldberg como obra de una genialidad conlleva un grado de injusticia. En realidad, para llevar a buen puerto su encargo, el artista trabajó y estudió lo suficiente como para dominar su disciplina. Es decir, el resultado es producto de la causalidad y no de la casualidad.
Bach encontró en la imaginación la herramienta idónea para encontrar la solución a un reto que implicaba estudio y conocimiento. Obviamente, al dar con la nota exacta tuvo que sentir el placer de quien al final de un trabajo creativo dice: misión cumplida.
A pesar de que la ciencia, el arte, incluso la gastronomía, están llenos de casos como los de Bach, nos empeñamos, en particular desde el aula misma, en separar las nociones de placer, conocimiento, aprendizaje e imaginación. No es extraño encontrar pensadores, académicos o analistas, que advierten que vivimos una época de estancamiento político o social. Buscar resultados distintos sin cambiar la fórmula es obsoleto.
Kieran Egan apunta: “Todos esos procedimientos de enseñanza, evaluación y currículum que ven la educación como un proceso de acumulación de conocimientos y de habilidades ajenos a las emociones, las intenciones y el sentido humano tenderán a resultar inapropiados para algo más que crear pensadores ordinarios”.
¿Queremos ser y formar gente extraordinaria? Pues entonces vayamos a lo que nos define: la identidad y sí, la imaginación. Me explico: seguramente tú y yo podemos coincidir en desear una vida sana y estable, sin embargo, la forma en la que tú y yo imaginamos cumplir nuestro objetivo es distinta.
¿Acaso la escuela y la familia no pueden ser partícipes de este tipo de procesos? “Si admitimos que una captura imaginativa es una condición necesaria del aprendizaje educativamente valioso, entonces procuraremos descubrir la forma de asegurarle un sitio a la emoción, de entrar en relación con las esperanzas, los temores y las intenciones de los estudiantes, y de valorar las cualidades de la experiencia y la riqueza de sentido”, nos dice Egan. Tiene sentido, ¿no? ¿Quién se apunta?
Comments